-Estos últimos días de calores agobiantes, con 40º a la sombra han acabado en tronada.
Tarde aparatosa la de este domingo, muchos truenos para llover bien poco, simplemente para cesar un rato el polvo. Son las tormentas secas, que pueden ser muy peligrosas por lo fácilmente que pueden ocasionar un incendio como a primera vista parece que ha ocurrido; uno en Aldeadávila y otro no se si en este término ó en de Cabeza del Caballo.
En el primer caso sí se vió durante un rato bastante humo, en el segundo nada, solo se oían las sirenas y los helicópteros; en fin que mucho ruido.
-Se oyen noticias de que este año hay muy buena cosecha de cereal. Por aquí no será la cosa para tanto, con el añadido de que cada día que pasa sin cosechar, los destrozos cometidos por los jabalíes son mayores, sobre todo si se trata de avena, que pueden llegar a destruir una parcela entera, entre lo que comen y lo que pisan. Vamos que por causa de jabalíes, vientos, incendios, aguaceros ó pedriscos, hasta que no está el grano en el granero no hay nada seguro.
A propósito de todo esto creo que viene al pelo transcribir de forma literal una poesía de J. María Gabriel y Galán, ese poeta que retrata en sus poesías como nadie la realidad campesina y que escritas hace más de cien años pueden ser hoy casi tan vigentes como entonces:
UNA NUBE
No hay posibles hogaño pa eso
-dijo el padre de ella;
y el del mozo exclamó pensativo:
“Pues entonces hogaño se deja
porque yo también ando atrasao
con tantas gabelas…
Que se casen al año que viene,
después de la cosecha,
y hogaño entre dambos
le daremos tierra
pa que el mozo ya siembre pa ellos
esta sementera”.
Y el mozo y la moza,
rojos de vergüenza,
lo escucharon humildes y mudos.
sin osar levantar la cabeza.
Y el mozo labraba,
derramaba las siete fanegas,
regaba su trigo
con sudor de la frente morena,
y en sus sueños lo vio muchas veces
maduro en las tierras,
cargado en el carro,
junto ya en las eras,
limpio ya en las trojes,
blanqueadas tres veces por ella…
¡Agosto lejano!
¿No vienes, no llegas?
Agosto ya vino;
su sol ya platea
los inmensos tablares de espigas
que doblándose henchidos revientan…
¡Que hermosa la hoja!
¡Contento da verla!
¡Que ondear tan suave a los ojos!
¡Que música aquella,
la del choque de tantas espigas
que la brisa a compás balancea!
¡La brisa!... ¡La brisa!
Una tarde radiante y serena
sopló más caliente,
sopló con más fuerza,
humilló las espigas al suelo,
revolvió la tranquila alameda,
levantó remolinos de polvo,
trajo nubes negras
que azotaron al suelo con gotas
calientes y gruesas…
Se pusieron los valles oscuros,
se pusieron violáceas las sierras,
y fatídica, ronca, iracunda,
vengadora, cercana, tremenda,
zumbó la amenaza,
vibró la centella,
que rayó con su látigo el vientre
de la nube cargada de piedra…
¡Y la nube en los campos inermes
derrumbó aquella carga siniestra!...
¡Que triste la hoja!
¡Pena daba verla!
¡Ya no pueden los mozos casarse
cuando ellos quisieran!
¡Qué triste está el mozo!
¡Cómo llora ella!...
Y es bueno que esperen,
¡que no es firme el amor que no espera!